PLANA MAYOR
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Periodistas:
mal pagados y reprimidos
Gaudencio García Rivera
No es paranoia ni exageración. Desde que el
sexenio federal panista de Felipe Calderón desató la guerra contra el crimen
organizado hasta el del priista Enrique Peña Nieto, los periodistas y
fotoperiodistas han sido objeto del tiro al blanco del crimen organizado y del
poder público, en medio de la absoluta impunidad y falta de transparencia de
los casos que han conmocionado a la opinión pública local, nacional e
internacional.
Los órganos de protección a la integridad de
los periodistas son como la Carabina de Ambrosio. No sirven para nada, nada
pues. El presupuesto anual sirve sólo para abultar el bolsillo de una élite
incondicional allegada a la cúpula del poder público. Los periodistas tienen
décadas y décadas que perciben salarios de hambre. Tienen que trabajar en
varios medios para poder subsistir. Desde 1974 para acá son víctimas de la
explotación reporteril.
Los gobiernos locales y el federal se han
dedicado en difundir una avalancha pura de demagogia, en la mayoría de los
casos que se han registrado tanto en Veracruz como en el interior del país,
pero sin el éxito deseado de proteger la integridad física de los
comunicadores, tal vez porque los protocolos establecidos por la PGR y las fiscalías
locales son nimios, inocuos y baladíes.
Y en otros casos, como el del fotorreportero
Rubén Espinosa, asesinado en la capital del país junto con cuatro mujeres el 31
de julio, y del exreportero de Telever en Orizaba, Juan Heriberto Santos Cabrera, ejecutado junto con el jefe de la plaza de
Los Zetas, José Márquez Balderas (a) “El Chichi”, el 13 de agosto, el poder
público de inmediato se lavó las manos como Poncio Pilatos.
A 13 días de que se suscitará el
multihomicidio del Distrito Federal, donde de acuerdo a una evaluación de los
hechos del portal Letra Roja el
fotoperiodista Rubén Espinosa autoexiliado de Veracruz el 9 de junio y la
activista chiapaneca Nadia Vera pagaron justos por pecadores porque las pistas
conducen hacia el narcomenudeo que realizaba la colombiana Mile Virginia
Martín, en una actitud inusual de la Fiscalía General del estado divulgó
solícitamente a las 4 de la mañana del jueves 13 que el periodista orizabeño
Juan Heriberto Santos Cabrera había sido ejecutado junto con el capo de la zona
del crimen organizado, José Márquez Balderas y cuatro sicarios más de su grupo
criminal.
Curiosamente, el exprocurador general de
Justicia y ahora Fiscal General —un cambio cosmético aprobado por el pleno de
la Legislatura local que no ha cumplido con las expectativas para la que fue
creada—, Luis Ángel Bravo Contreras, quien asumió el cargo el 19 de febrero de
2014, no tuvo la misma rapidez ministerial en el caso del bloguero de Moisés
Sánchez Cerezo, asesinado el 2 de enero de 2015.
El autor intelectual de su crimen, el alcalde
panista desaforado de Medellín de Bravo, Omar Cruz Reyes, se esfumó ante los
ojos de la justicia. O en los crímenes de los periodistas Armando Saldaña
Morales, asesinado el 4 de mayo de 2015; de Juan Mendoza Delgado, victimado el
2 de julio de 2015. Y un poco antes, fue ejecutado por el crimen organizado
Gregorio Jiménez de la Cruz, el 11 de febrero de 2014. La mayoría de los
ejecutores de Goyo se encuentran en prisión. No es así con la mayoría de los
periodistas asesinados en Veracruz.
Con el crimen del fotorreportero Rubén
Espinosa Becerril en la capital del país, se convirtió políticamente en el
número 14, aunque jurisdiccionalmente le corresponde al Distrito Federal donde
ocurrieron los hechos que conmocionaron a la opinión pública local, nacional e
internacional. Por haber ocurrido en suelo veracruzano, el número 14 le
corresponde al periodista Juan Heriberto Santos, ejecutado junto con el capo de
la plaza de Los Zetas, José Márquez Balderas.
Y en este epílogo trágico que envuelve al
gremio periodístico veracruzano, se hace presente el mensaje omnipotente y
aciago del gobernador Javier Duarte que envío a los periodistas en un convivio
a exprofeso en Poza Rica: “Pórtense bien, porque voy a mover el árbol y van a caer
muchas manzanas podridas”.
Verdades a medias del poder público que
colocan a los periodistas en juicios sumarios. A Juan Santos, muerto, fue
juzgado y sentenciado por los dichos del poder público. A Regina Martínez
Pérez, corresponsal de Proceso,
asesinada en Xalapa el 29 de abril de 2012, le fabricaron un crimen pasional y
robo con un drogadicto que no aparece desde entonces y se lo tragó la tierra.
Las líneas por su trabajo periodístico, fue minimizado olímpicamente por el
poder público.
El crimen organizado se convirtió en un poder
fáctico con el poder público, no en el sexenio duartista sino que data desde el
régimen fidelista. ¿Verdades de Perogrullo?
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